08/02/2010 - Opinión - El runrún - La vida normal

LA VANGUARDIA
Opinión
El runrún
La vida normal
Publicado 08/02/2010
Màrius Serra

Salinger ha muerto justamente en el 'impasse' en que no está vigente el impuesto de sucesiones o 'death tax'

Ya se ve que la muerte de Jerome David Salinger va a generar dos líneas de investigación. Por un lado, la especulación sobre la presunta obra póstuma depositada en una caja fuerte de Cornish, que en el caso de un pájaro de su calado que se pasa cincuenta años sin publicar puede ser de la magnitud de las obras completas de Josep Pla. O no. Y por el otro, la retahíla de elementos biográficos que trascenderán sobre su presunta reclusión semisecular. Sobre lo primero, nada nuevo. Desde el baúl mágico de Fernando Pessoa, los escritores muertos con obra inédita que se publica póstumamente son de lo más normal. Vean, si no, el caso del gran Roberto Bolaño (1953-2003), que en pleno 2010 sigue publicando a un ritmo de aquí te espero. Lo último, la novela El Tercer Reich (Anagrama). También leímos novelas inéditas de autores fallecidos como Nabokov, Tolkien o Calders, y esperemos que algún día podamos añadir el nombre de Jesús Moncada a esta lista. O sea que estamos preparados para la operación Más Allá de Salinger. En el obituario de The New York Times se daba crédito a la existencia de obra póstuma, y es muy probable que la familia Glass de sus cuentos reaparezca. En todo caso, parece que el primer frente se abrirá por los derechos cinematográficos de El guardián entre el centeno,que Salinger nunca quiso vender (negándoselos a Spielberg y a Ford Coppola, entre otros) y que ahora podrían ser codiciadísimos, ya que la única novela de Salinger sigue siendo leída por la mayoría de los estudiantes de habla inglesa. No sé yo si sus lectores querremos poner cara a Holden Caulfield, pero seguro que la industria se emperrará en ello. Los herederos de Salinger tienen la palabra, pero Tony Allen-Mills ya adelantaba ayer domingo en el Times un inquietante detalle legal: el Congreso americano está en proceso de renovación de la legislación del impuesto de sucesiones (death tax)y Salinger ha muerto justamente en este impasse,cuando no está activo, lo que complica la transmisión patrimonial. (La cifra de ejemplares vendidos de El guardián entre el centeno se eleva a 65 millones.) La conclusión es que tal vez los herederos escucharán las ofertas de Hollywood para suavizar el golpe.Si la profecía en lo literario es que en los próximos años vamos a leer más libros de Salinger (mientras Holden Caulfield da la cara en las pantallas), en lo biográfico los augurios aún son más estridentes. ¿Cuántas biografías saldrán ahora que el gran hombre ya no puede dar órdenes a sus abogados? ¿Cuántos protobiógrafos no deben estar ya instalados en Cornish recabando todo tipo de datos sobre este medio siglo de reclusión? ¿Saldrá una nueva versión del agrio libro que le dedicó su hija Margaret? De momento, los diarios ya nos han ofrecido las primeras pinceladas: Salinger nunca se escondió de la gente (sólo de los medios que buscaban al personaje), trató con su comunidad e iba, con su tercera mujer, a la cena de los sábados en la iglesia de Hartland. Seguro que saldrán jugosas revelaciones como las que los vecinos de Horta, si fuésemos menos discretos, podríamos contar de Joan Salvat-Papasseit, quien, antes de fingir que moría de tuberculosis en 1924, se instaló en una casa de la calle Can Pujolet y vivió durante medio siglo en el barrio, desayunando en el Quimet, tomando el vermut en la bodega Massana, paseando cada tarde por el parque del Laberint y subiendo cada noche a la Font d´en Fargues para decir aquello de "quina grua el meu estel, quin estel la meva grua! De tant com brilla en el cel, sembla una donzella nua".

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