03/01/2010 - Opinión - Los buenos propósitos - Pilar Rahola
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03/01/2010 - Opinión - Los buenos propósitos - Pilar Rahola
LA VANGUARDIA
Opinión
Los buenos propósitos
Publicado 03/01/2010
Pilar Rahola
No tengo ninguna sólida promesa para este amable rinconcito, y si la tuviera sería inconfesable
Como no he fumado nunca, estoy en régimen permanente y llevo toda mi vida estudiando inglés, nunca sé cómo participar del ritual de buenos propósitos que la gente celebra por estas fechas. El otro día debatían sobre ello en Banda ampla de TV3, y me resultó curioso observar cómo pesa el calendario en nuestras vidas. No sé si usamos el inicio de un nuevo año como ariete contra los vicios del viejo, o si lo usamos como eficaz autoengaño, para alargar la vida de dichos vicios. Cada cual encuentra las formas de hacerse trampas al solitario. Como sea, no tengo ninguna sólida promesa que aportar a este amable rinconcito de La Vanguardia, y si la tuviera, sería, sin duda, inconfesable. Sí tengo, sin embargo, algunos buenos propósitos, escritos con la letra de la escuela de monjas –que es la buena–, dirigidos a quienes gobiernan nuestras vidas. Y no tanto porque me preocupe si uno fuma o el otro está fondón –lo de no saber inglés lo encuentro más imperdonable–, sino porque ejerzo mi derecho ciudadano a exigirles una mayor responsabilidad pública.
Estos serían, pues, según mi parecer, algunos buenos propósitos que deberían tener nuestros líderes políticos para este año electoral. El primero, dejar de mentir. Mentir a lo gordo, me refiero. Ya sé que en política la mentira no es una mentira, sino una verdad tímida, pero en la era de la comunicación global, la mentira flota como la merde, y, al final, las crisis afloran allí donde nos habían vendido "desaceleraciones transitorias". La tendencia cada día más irrefrenable a buscar sinónimos imposibles, cocidos en los despachos oficiales, para escurrir el bulto de la propia responsabilidad, es una de las fugas de credibilidad más rotundas de la política. Sería un buen propósito, pues, mentir lo justo, ya saben, lo necesario para ir vendiendo el producto, pero sin llegar al extremo de tratar a los ciudadanos como estúpidos. Porque al final lo que más duele no es la mentira, sino que sea obvia. Y puestos, sería un buen propósito que la gestión de lo público no se hundiera en los agujeros negros de informes sin otro ton que el son de poner comederos públicos a los amigos, o en los alegres viajes que se montan nuestros consellers, o directamente en embajadas fantasma, cuyo coste astronómico va parejo a su nula utilidad. Por supuesto, sería bueno que la austeridad no sólo decorara la retórica, sino que marcara la gestión. Y por pedir, pedir que algunos antisistema felizmente colocados en el poder dejaran de marcar a fuego asuntos muy serios, no sólo por no hacer el ridículo, sino por evitar hacernos daño. Impuesto de sucesiones o seguridad, por ejemplo. Finalmente, pedir a nuestros dirigentes que dejen de mirar la suela del zapato y empiecen a soñar horizontes lejanos. Porque al final uno puede perdonar hasta la mentira. Pero perdonar la mediocridad es más difícil.
Leer aquí: http://www.lavanguardia.es/premium/publica/publica?COMPID=53859514516&ID_PAGINA=22088&ID_FORMATO=9
Opinión
Los buenos propósitos
Publicado 03/01/2010
Pilar Rahola
No tengo ninguna sólida promesa para este amable rinconcito, y si la tuviera sería inconfesable
Como no he fumado nunca, estoy en régimen permanente y llevo toda mi vida estudiando inglés, nunca sé cómo participar del ritual de buenos propósitos que la gente celebra por estas fechas. El otro día debatían sobre ello en Banda ampla de TV3, y me resultó curioso observar cómo pesa el calendario en nuestras vidas. No sé si usamos el inicio de un nuevo año como ariete contra los vicios del viejo, o si lo usamos como eficaz autoengaño, para alargar la vida de dichos vicios. Cada cual encuentra las formas de hacerse trampas al solitario. Como sea, no tengo ninguna sólida promesa que aportar a este amable rinconcito de La Vanguardia, y si la tuviera, sería, sin duda, inconfesable. Sí tengo, sin embargo, algunos buenos propósitos, escritos con la letra de la escuela de monjas –que es la buena–, dirigidos a quienes gobiernan nuestras vidas. Y no tanto porque me preocupe si uno fuma o el otro está fondón –lo de no saber inglés lo encuentro más imperdonable–, sino porque ejerzo mi derecho ciudadano a exigirles una mayor responsabilidad pública.
Estos serían, pues, según mi parecer, algunos buenos propósitos que deberían tener nuestros líderes políticos para este año electoral. El primero, dejar de mentir. Mentir a lo gordo, me refiero. Ya sé que en política la mentira no es una mentira, sino una verdad tímida, pero en la era de la comunicación global, la mentira flota como la merde, y, al final, las crisis afloran allí donde nos habían vendido "desaceleraciones transitorias". La tendencia cada día más irrefrenable a buscar sinónimos imposibles, cocidos en los despachos oficiales, para escurrir el bulto de la propia responsabilidad, es una de las fugas de credibilidad más rotundas de la política. Sería un buen propósito, pues, mentir lo justo, ya saben, lo necesario para ir vendiendo el producto, pero sin llegar al extremo de tratar a los ciudadanos como estúpidos. Porque al final lo que más duele no es la mentira, sino que sea obvia. Y puestos, sería un buen propósito que la gestión de lo público no se hundiera en los agujeros negros de informes sin otro ton que el son de poner comederos públicos a los amigos, o en los alegres viajes que se montan nuestros consellers, o directamente en embajadas fantasma, cuyo coste astronómico va parejo a su nula utilidad. Por supuesto, sería bueno que la austeridad no sólo decorara la retórica, sino que marcara la gestión. Y por pedir, pedir que algunos antisistema felizmente colocados en el poder dejaran de marcar a fuego asuntos muy serios, no sólo por no hacer el ridículo, sino por evitar hacernos daño. Impuesto de sucesiones o seguridad, por ejemplo. Finalmente, pedir a nuestros dirigentes que dejen de mirar la suela del zapato y empiecen a soñar horizontes lejanos. Porque al final uno puede perdonar hasta la mentira. Pero perdonar la mediocridad es más difícil.
Leer aquí: http://www.lavanguardia.es/premium/publica/publica?COMPID=53859514516&ID_PAGINA=22088&ID_FORMATO=9
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