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31/03/2010 - TIEMPO - Carta al director - Una historia real sin importancia

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Missatge  Montser Dj 01 Abr 2010, 09:37

TIEMPO
Carta al director
Una historia real sin importancia
Publicado 31/03/2010
Jesús Rivasés

Es una de tantas historias corrientes, de personas normales, que suceden con frecuencia y que ofrecen la radiografía real de un país moderno y descentralizado, con todos sus logros y miserias.

MARIANO ANZANO SATUÉ falleció a principios de enero, mientras el temporal de frío y nieve asolaba buena parte de España. Tenía 86 y llevaba varias semanas ingresado en el hospital Miguel Servet de Zaragoza, también conocido como la Casa Grande, dependiente del Servicio Aragonés de Salud de la Comunidad de Aragón. Mariano tuvo mala suerte. El personal del hospital se turnaba para disfrutar las fiestas navideñas. Nunca le faltó atención médica, aunque existen dudas de que fuera la más adecuada. El trato humano que recibió fue bastante peor. Su familia cree que rozó los límites de la dignidad, incluidos escabrosos episodios escatológicos. Cinco años antes, su mujer, Margarita, murió en el mismo hospital. Acababa de cumplir 76 años. En aquella ocasión, dos jefes de servicio admitieron ante sus hijos que no se podían descartar errores médicos. Es una crónica poco conocida, pero a veces suceden estas cosas.

Mariano Anzano tenía dos hijos. Mariano, el mayor, que vive en Madrid, y Hernando, el menor, que reside en Valencia. Ambos eran los únicos herederos del fallecido que, previsor, hizo testamento en su día para que no hubiera dudas. A pesar de todo, en los últimos días de su vida expresó -y todos estuvieron de acuerdo- que su hijo menor fuera favorecido en el reparto de los bienes. Mariano era uno de tantos españoles de clase media. Vivía sin apreturas, pero también sin holguras. Fue empleado de una entidad financiera durante más de cuarenta años hasta que se jubiló, al final de los años ochenta. Durante algún tiempo, tuvo algunos pluriempleos para pagar la educación de sus hijos, como también hicieron muchos de sus amigos y conocidos. Cuando murió poseía un piso de 80 metros cuadrados en una zona céntrica de Zaragoza y que adquirió en 1966, por poco menos de 200.000 pesetas de la época, y que tardó en pagar bastantes años. Además, tenía algunos ahorros divididos entre un depósito a plazo y unas pocas acciones de entidades financieras. Lo justo para complementar la pensión de menos de 900 euros mensuales que percibía. A pesar de todo, en los últimos tiempos recibía la ayuda de sus hijos cuando necesitó más atenciones, mientras desde los telediarios le llegaban noticias de que en el futuro entraría en vigor una denominada ley de dependencia que, en teoría, solventaría problemas como los suyos, o similares. Mariano Anzano, por último, también poseía una vieja casa, inhabitable la mayor parte del año y necesitada de una restauración integral, en el pueblo de Huesca en el que nació. Su valor es poco más que sentimental.

Mariano y Hernando, los hijos del señor Anzano, iniciaron los trámites hereditarios. La informática y la modernización de los registros y la administración facilitan mucho los trámites. Algo menos de tres meses después del fallecimiento de su padre, pudieron firmar la escritura de aceptación de herencia ante un notario del Paseo de la Independencia de Zaragoza. A partir de ahí, aunque ya lo barruntaban, empezó su peripecia marxista, es decir, a lo Groucho Marx. La normativa que regula la fiscalidad de las sucesiones en Aragón no es la misma que en Madrid o en Valencia. En la capital de España o en la levantina, en donde residen los hijos de Mariano Anzano, las sucesiones entre padres e hijos están exentas del impuesto. Mejor dicho, tienen una bonificación del 99%. En Aragón no y, como su padre vivía en Zaragoza, han tenido que tributar conforme a las tarifas generales del impuesto de sucesiones, como hicieron en las dependencias de la Hacienda aragonesa, justo al lado del despacho del notario en el que firmaron las escrituras. Madrid, Zaragoza y Valencia están ubicadas en un perímetro de 300 kilómetros, son tres ciudades de las más importantes del país. Sin embargo, desde el punto de vista fiscal, en asuntos de sucesiones y también en otros, parecen países lejanos. El artículo 14 de la Constitución es claro: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Los hijos de Mariano Anzano -su nombre real no es ese, claro- han comprobado, en su bolsillo, que eso no es así. Por lo menos en el terreno fiscal. El que la cuantía que tuvieran que satisfacer por la modesta herencia de su padre fuera pequeña –que lo era- o grande, es secundario.

Mariano y Hernando comprobaron, atónitos, que el espectáculo marxista, de Groucho, no terminó en la herencia de su padre. Para cumplir los deseos de su progenitor de que uno recibiera algo más que otro, les recomendaron, para evitar más costes fiscales, la formalización de un préstamo sin intereses entre ambos hermanos. El préstamo, que no tributa, debe ser declarado al fisco, para que exista constancia. Así lo hicieron en Zaragoza, el lugar de encuentro de los dos. Cuando quisieron presentar la declaración en la Hacienda aragonesa se la rechazaron. El prestamista tiene residencia en Madrid y el prestatario en Valencia. Es decir, debían ir a Valencia a formalizar el asunto. Imposible hacerlo en Zaragoza, aunque allí se hizo todo, los dos estaban presentes y el impacto fiscal era nulo. Viaje a Valencia, por tanto, para comprobar que los modelos de formularios utilizados para la declaración en Zaragoza son diferentes de los valencianos, y registrar, por fin, ante el fisco, el préstamo entre particulares. Y todo, dentro del mismo país, pero claro, en comunidades autónomas diferentes. Groucho Marx no lo hubiera ideado mejor. Son historias reales, sin importancia, de un país en crisis económica. No es por esto, pero todo ayuda.

Leer aquí: http://www.tiempodehoy.com/default.asp?idpublicacio_PK=50&idnoticia_PK=60754&idseccio_PK=630
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